domingo, 29 de abril de 2018

The Parade Ends



 Reinaldo Arenas

 Paseos por las calles que revientan,
pues las cañerías ya no dan más
por entre edificios que hay que esquivar,
pues se nos vienen encima,
por entre hoscos rostros que nos escrutan y sentencian,
por entre establecimientos cerrados,
mercados cerrados,
cines cerrados,
parques cerrados,
cafeterías cerradas.
Exhibiendo a veces carteles (justificaciones) ya polvorientos,
CERRADO POR REFORMAS,
CERRADO POR REPARACIÓN.
¿Qué tipo de reparación?
¿Cuándo termina dicha reparación, dicha reforma?
¿Cuándo, por lo menos,
empezará?
Cerrado...cerrado...cerrado...
todo cerrado...
Llego, abro los innumerables candados, subo corriendo 
la improvisada escalera.
Ahí está, ella, aguardándome.
La descubro, retiro la lona y contemplo 
sus polvorientas y frías dimensiones.
Le quito el polvo y vuelvo a pasarle la mano.
Con pequeñas palmadas limpio su lomo, 
su base, sus costados.
Me siento, desesperado, feliz, a su lado, frente a ella,
paso las manos por su teclado, y, rápidamente, todo se pone en marcha.
El ta ta, el tintineo, 
la música comienza, poco a poco, 
ya más rápido
ahora, a toda velocidad.
Paredes, árboles, calles,
catedrales, rostros y playas,
celdas, mini celdas,
grandes celdas,
noche estrellada, pies
desnudos, pinares, nubes,
centenares, miles,
un millón de cotorras
taburetes y una enredadera.
Todo acude, todo llega, todos vienen.
Los muros se ensanchan, el techo desaparece y, naturalmente, flotas,
flotas, flotas arrancado, arrastrado,
elevado,
llevado, transportado, eternizado,
salvado, en aras, y,
por esa minúscula y constante cadencia,
por esa música,
por ese ta ta incesante.


sábado, 28 de abril de 2018

Dos de Severo Sarduy



 A la casa de los Condes de Jaruco

           para Manuel Díaz Martínez


 La casa de los Condes de Jaruco,
testigo de esplendores coloniales
empañados, duplica en sus vitrales
las curvas de la piedra y del estuco.

Con vastas espirales el bejuco
ha cubierto columnas, capiteles,
hojas de acanto, rígidos laureles
y blasones de un oro ya caduco.

No invoques a los dioses cejijuntos
para que alcen burlonas sus caretas
y aparezcan de nuevo los conjuntos

habaneros. Llorando en sus macetas
las arecas están; los mediopuntos
apagan su reflejo en las losetas.

                           (8.IX.87, París)

  A José Triana

 Le pusiste a Medea una falda de encaje.
De Flora enderezaste en tacón jorobado.
No hay rima de tu verso que no rompa y no raje,
Ni estrofa en que no vuele un zunzún azorado.

La distancia no existe. Abres una ventana,
albergue de palomas huidizas, y en la nieve,
serenas aparecen por un instante breve
bajo un cielo morado las calles de La Habana.

Un cortador de caña, de Servando Cabrera,
moreno de ojos verdes y mirada de trigo,
nos custodia en París. Desde el poniente rojo

llegan un olor dulzón de guarapera.
Ay Triana, no te asombres si digo
que el mulato del cuadro nos ha guiñado el ojo.

viernes, 27 de abril de 2018

Dos de Piñera


En el duro

Ayer yo estaba solito
en la Avenida del Puerto,
pensando en mi madre muerta
y pensando en los deseos.

Como un plato estaba el mar,
pero yo estaba moviéndome. habanero
Es una cosa muy seria
que el mundo tanto se mueva.

Un hombre se me acercó
con una cara habanera,
de esas que La Habana misma
no le regala a cualquiera.

Se fue encogiendo de hombros,
la mirada se hizo niebla,
la boca se le contrajo
y así habló de esta manera:

Mi socio, no sé lo que está pensando,
pero yo sé lo que pienso;
este mundo está en el duro
y ojalá se nos deshiele;
porque de no ser así,
nos matará la dureza;
ya las palabras son balas
y las miradas hogueras.

¿No le parece, mi socio?
-me dijo y me tocó el pecho;
yo lloraba como un niño,
y el mar se fue endureciendo.

                         1962

Una noche 

Una noche en la calle Zanja,
saltando entre chinos impávidos,
escuché una voz que me decía:
¡Qué bobo tú eres, Virgilio!
pensando todas esas marañas,
esos mares, esas montañas:
tomas el bosque por los árboles
y esperas un amor al paso.
Qué bobo eres. Si supieras,
o lograras adivinarlo,
no abrieras tanto los ojos,
y me tendieras la mano.
Una noche en la calle Zanja.
Pero yo pasé de largo.


jueves, 26 de abril de 2018

Dos de Eliseo Diego



  Una ascensión en La Habana

 Matías Pérez, portugués, toldero de profesión, qué había en los inmensos aires que te fuiste por ellos, portugués, con tanta elegancia y prisa.
 En versos magníficos dijiste adiós a las muchachas de La Habana, y luego, una tarde en que era mucha la furia del tiempo, haciéndole burla a la prudencia, y mientras en el campo de Marte atronaba la banda militar, te fuiste por el aire arriba, portugués ávido, argonauta, dejando atrás las sombrillas y los pañuelos, más arriba aún, a la región de la soledad transparente.
  ¡Qué lejos quedaron las minuciosas azoteas de La Habana, y seis cuerpos tuyos más alto que sus torres y sus palmas, cómo volaban con la furia del viento, portugués, aquella última tarde!
  Y cuando, a la boca del río, habiéndote echado muy abajo aquella misma cólera del aire, te llamaron los pescadores prudentes, gritándote que bajaras, que ellos te buscarían en sus botes, ¿no contestaste, portugués frenético, echando por la frágil borda tus últimos estorbos?
 Allá te ibas, Matías Pérez, argonauta, hacia las tristes y plomizas nubes, rozando primero las enormes olas de lo otro eterno, y luego más y más alto, mientras lo tirabas todo por la borda, en tus labios una espuma demasiado amarga.
 Audaz, impetuoso portugués, adónde te fuiste con aquella desasida impaciencia mar adentro, dejándonos sólo esta expresión de irónico desencanto y criolla tristeza: se fue como Matías Pérez!
 Huyendo rauda hacia una gloria transparente en demasía, hacia una gloria hecha de puros aires y de nada, por la que fue perdiéndose tu globo como una nubecilla de nieve, como una gaviota ya inmóvil, como un punto ya él mismo transparente: se fue como Matías Pérez!


 A mis calle de La Habana

                      A Bella

 Calles de la Concordia y la Amargura,
de Peña Pobre y Soledad, urgidas
de cal y brusco sol, donde perdidas
colmáronme las horas la estatura;
hermanas todas de la calle pura,
la más feliz de cuantas ya son idas
en Roma y Cuzco y las demás que olvidas
tan pronto tú, memoria eterna, oscura;
es a vosotras que agradezco el día
que dio lumbre a la joven que es ahora
la mejor parte de la vida mía;
y aunque el vago crepúsculo desdora
vuestros muros y ya la tarde es fría,
mi lucecilla os salva y enamora.

    

miércoles, 25 de abril de 2018

Dos de Lezama




Nacimiento de La Habana

     ¡Qué aire!
Camino de las playas, el aire
ciego.
¡Qué aire!
¡Pero mira qué aire!
Puñales, jacintos de torso acribillado,
de torsos embistiendo las estatuas
y de toros nadando por las fuentes
y por el halago del aire.
¡Pero mira qué aire!
¡Míralo. Enciérralo.
Discúlpalo!
Que el aire pesa como plata
hacia arriba.
Como brazos de nieve
hacia arriba.
Oye la nieve. Chupa el aire.
Avispa en una botella bajo el agua.
El aire bajo el agua.
Sobre el agua las estrellas
y el aire.
El aire ciego colocando su lengua
en el mármol.
Los peces ciegos.
Como peces y agujas en el aire.
El aire ciego.
¡Qué aire!
¡Pero mira qué aire,
con sus dedos y peces
y sus arpas dobladas!
El aire mirándolo clavado,
chillando en todos los ojos.
Sin que nadie coloque,
entre el cuerpo y el aire,
el aire intacto sin colores.
Ahora sí que todos estamos comprometidos
con el aire.
Mira qué aire y aire liso.
Aire de pedernal.
Aterido recuerdo en el aire sin frente.
Olas de ciega acampan
inexorables en el aire.
Ya para siempre, silencio,
pájaros amarillos bajo el agua,
silencio, grises pájaros recuerdan
el aire.


Bahía de La Habana

Al pie de las murallas
el aire tartamudo
desliza sus sirenas,
plata mansa sin hoy
mana sus lunares
entre lunas cansadas
sin balcones. ¿Qué será,
qué será? Bajo el arco
y pestañas, la tarde,
-codorniz de Ceilán-
rompe en flechas sus colores.
Descuidas las islas
pie ligero y concha reciente,
de sonrisas y flautas,
sobre faldas tan lindas
pasajeros con cintas
y mañanas redondas!
Verdinegros incógnitos
los celos de la noche
¿Qué será, qué será?
El alfiler del rocío
redobles del aire tierno,
se extingue en ay, ay, ay, ay.
La sorpresa de la rosa en el agua,
vida entre vidas,
la rechazan las olas
con heridas sin gritos.
Las estrellas se mecen
al compás que no existe
del agua amanecida,
y así puede mecer
a los niños de Arabia,
con heridas y gritos.
Y loca entre balcones
la tarde recurvando,
empina entre algodones
su voz que ni se escucha
perdida entre latidos:
¿Qué será, qué será?

martes, 24 de abril de 2018

Canción




 Alejo Carpentier

 Eclipsa la ciudad, Domnisol de Negroluto;
regaliz de riega regalía;
Mana que te vio endomingado,
con cáliz congo te sabe bautizado.
Al alba batahola
de bata y ola
bata-cola de percal,
blanca de cal,
con encaje de nata.
¡Calicanto!
¡Cal y canto!
Cálido, canto,
con belfo y coba,
del diablo santo.
Para funeral,
contrabajo, cornetín, tambora,
tambor de mora,
en casa de Pastora
la de Atarés.
¡Al monte mi bayo!
Al monte manigüero,
donde montuno, como sol curandero,
hizo del gallo plumero
el chévere congo
Papá Montero.


 Antología de poesía negra hispanoamericana, Madrid, M. Aguiar, 1935. 

lunes, 23 de abril de 2018

Comparsa habanera



 Emilio Ballagas


 La comparsa del farol
(bamba uenibamba bó)
pasa tocando el tambor.
¡Los diablitos de la sangre
se encienden en ron y sol!

"Ahora verá como yo no yoro.
(Jálame la calimbanyé...)
Y'orá verá como yombondombo.
(Júlume la cumbumbanyé...)"

El santo se va subiendo
cabalgando en el clamor.

"Emaforibia yambó.
Uenibamba uenigó."
¡En los labios de caimito,
los dientes blancos de anón!

La comparsa del farol
ronca que roncando va.
¡Ronca comparsa candonga
que ronca en tambor se va!

Y... ¡Sube la loma!... y ¡dale al tambor!
Sudando los congos van tras el farol.

(Con cantos yorubas alzan el clamor.)
Resbalando en un patín de jabón
sus piernas se mueven al vapor del ron.

Con plumas plumero
de loro parlero
se adorna la parda
Fermina Quintero.
Con las verdes plumas
del loro verdero.
¡Llorando la muerte
de Papá Montero!

La comparsa del farol
ronca que roncando va.
Ronca comparsa candonga
bronca de la cañandonga...
¡La conga ronca se va!

Se va la comparsa negra bajo el sol
moviendo los hombros, bajando el clamor.
Y ¡sube la loma! (y baja el clamor.
Pasa la comparsa mientras baja el sol.)

Los diablitos de la sangre
se encienden de ron y sol.

Bailan las negras rumberas
con candela en las caderas.
Abren sus anchas narices
ventanas de par en par
a un panorama sensual...

La conga ronca se va
al compás del atabal...

¡Sube la loma, dale al tambor!
Sudando los negros van tras el farol.
(Los congos dan vueltas y buscan el sol
pero no lo encuentran porque ya bajó.)

La comparsa enciende su rojo farol
con carbón de negros mojados en ron.
La comparsa negra meneándose va
por la oscura Plaza de la Catedral.
La comparsa conga va con su clamor
por la calle estrecha de San Juan de Dios.

"Apaga la vela
que'l muelto se va.
Amarra el pañuelo
que lo atajo ya.

Y ¡enciende la vela
que'l muelto salió!
Enciende dos velas,
¡que tengo a Changó!"

La comparsa conga temblando salió
de la calle estrecha de San Juan de Dios.
¡Clamor en la noche del ronco tambor!

Rembombiando viene,
rembombiando va...
La conga rembomba
rueda en el tambor.

La conga matonga
sube su clamor
ronda que rondando
¡ronca en el tambor!

En la oscura plaza del cielo rumbea
la luna. Y sus anchas caderas menea.
Con su larga cola de blanco almidón
va la luna con
su bata de olán.
Por la oscura plaza de la noche va
con una comparsa de estrellas detrás.

Y la mira el congo, negro maraquero:
suena una maraca. ¡Y tira el sombrero !

Retumba la rumba,
hierve la balumba

y con la calunga
arrecia el furor.

Los gatos enarcan
al cielo el mayido.
Encrespan los perros
sombríos ladridos.

Se asoman los muertos del cañaveral.
En la noche se oyen cadenas rodar.
Rebrilla el relámpago como una navaja
que a la noche conga la carne le raja.
Cencerros y grillos, güijes y lloronas:
cadenas de ancestros... y... ¡Sube la loma!
Barracones, tachos, sangre del batey
mezclan su clamor en el guararey.

Con luz de cocuyos y helados aullidos
anda por los techos el "ánima sola".
Detrás de una iglesia se pierde la ola
de negros que zumban maruga en la rumba

Y apaga la vela.
Y ¡enciende la vela!
Sube el farol
abaja el farol.

Con su larga cola la culebra va
Con su larga cola muriéndose va
la negra comparsa del guaricandá.

La comparsa ronca perdiéndose va.
¡Qué lejos!.. lejana... muriéndose va.
Se apaga la vela; se hunde el tambor.
¡La comparsa conga desapareció!


 Cuaderno de poesía negra, La Nueva, 1934. 

domingo, 22 de abril de 2018

Sinfonía urbana



 Rubén Martínez Villena


1

Crescendo Matinal

 Una incipiente lumbre se expande en el oriente;
uno tras otro, mueren los públicos fanales...
Ya la ciudad despierta, con un rumor creciente
que estalla en un estruendo de ritmos desiguales.

Los ruidos cotidianos fatigan el ambiente:
pregones vocingleros de diarios matinales,
bocinas de carruajes que pasan velozmente,
crujidos de maderas y golpes de metales.

Y elévase en ofrenda magnífica de abajo
el humo de las fábricas —incienso del trabajo—;
rezongan los motores en toda la ciudad,

en tanto que ella misma, para la brega diaria,
se pone en movimiento como una maquinaria
movida por la fuerza de la necesidad!

2

Andante Meridiano

 Se extingue lentamente la gran polifonía
que urdió la multiforme canción de la mañana,
y escúchase en la vasta quietud del mediodía
como el jadear enorme de la fatiga humana.

Solemnidad profunda, rara melancolía.
La capital se baña de lumbre meridiana,
y un rumor de colmena colosal se diría
que flota en la fecunda serenidad urbana.

Flamear de ropd blanca sobre las azoteas;
los largos pararrayos, las altas chimeneas;
adquieren en la sombra risibles proporciones;

el sol filtra en los árboles fantásticos apuntes
y traza en las aceras siluetas de balcones
que duermen su modorra sobre los transeúntes.


3

Allegro Vespertino

 ¡Ocasos ciudadanos, tardes maravillosas!
Pintoresco desfile de la ciudad contenta,
profusión callejera de mujeres hermosas:
unas que van de compra y otras que van de venta...

Tonos crepusculares de nácares y rosas
sobre el mar intranquilo que se adora y se argenta,
y la noche avanzando y envolviendo las cosas
en un asalto ciego de oscuridad hambrienta.

(Timbretear de tranvías y de cinematógrafos,
música de pianolas y ganguear de fonógrafos.)
¡La noche victoriosa despliega su capuz,

y un último reflejo del astro derrotado
defiende en las cornisas, rebelde y obstinado,
la fuga de la tarde, que muere con la luz!


4

Morendo Nocturno

 Un cintilar de estrellas en el azul del cielo
y una imponente calma de humanidad rendida,
mientras el mundo duerme bajo el nocturno velo,
como cobrando fuerzas para seguir la vida.

Alguna vaga y sorda trepidación del suelo
rompe la paz augusta que en el silencio anida,
y la lujuria humana, perenemente en celo,
transita por las calles de la ciudad dormida.

Ecos, roces, rumores... Nada apenas que turbe
el tranquilo y sonámbulo reposar de la urbe;
y todo este silencio de noche sosegada,

en donde se adivinan angustias y querellas,
es el dolor oculto de la ciudad callada
¡bajo la indiferencia total de las estrellas!...

                                                                                         1921

sábado, 21 de abril de 2018

Noche habanera y Sweater rojo



 Federico de Ibarzábal 

 La Banda Militar, en la Glorieta,
preludia un paso-doble; los carruajes
ostentan damas de vistosos trajes
que prestigian las noches de retreta.

 Allá lejos, el mar; la luz inquieta
del faro, que atraviesa los brumajes;
cruza, envuelta en magníficos encajes,
luminosa, la novia del Poeta.

 Del Malecón en el pretil, inmóvil
mira el pueblo cruzar el automóvil,
heraldo del mecánico progreso.

 Y al final del concierto, se disuelve
la varia multitud, que desenvuelve
su aplauso, restallante como un beso.


  Sweater rojo

 Yo he visto alguna vez la gracia de tu busto
surgir de la galante curva de un medallón;
y tus ancas fastuosas y tu seno robusto
me evocan una cita dada en el Malecón.

¿Eras la misma novia que atormetaba gusto-
samente los deliquios de un débil corazón?
¿La que de sweater rojo patinaba y, por gusto,
-dulce coquetería- tramaba un resbalón? 

 Si eres la misma, oye: ¿recuerdas aquel cine
tan popular y alegre, en cuyas sombras vine
a conocer tu grata risa? De contemplar-

te en un viejo retrato, yo nunca me he cansado.
¡Pero hace tanto años! Yo era un atormentado.
Tú soñabar ser una Geraldine Farrar...


 Una ciudad en el Trópico, La Habana, 1919. 


viernes, 20 de abril de 2018

En el malecón y Opio



Agustín Acosta

                           A Frau Marsal

Tarde de retreta. Tiene el Malecón
una bulliciosa dulzura discreta.
La música encanta nuestro corazón
con un emotivo valse de opereta.

Urde a nuestros ojos inútiles tramas
el mar, y embargada nuestra fantasía
en la lejanía de los panoramas
urde el panorama de la lejanía...

Por el espejeante carbón del asfalto
ruedan los carruajes presurosamente;
el sol, temeroso de un lúgubre asalto,
se esconde en los rojos mantos de occidente.

Rápido desfile. Los coches se alejan
como en un torneo de altiva elegancia,
y al pasar veloces en el aire dejan
un acreditado perfume de Francia.

Y como hieráticas figuras inmóviles,
concreción augusta de ensueño y de gracia,
sobre la locura de los automóviles
van las damiselas de la aristocracia.

Orgullosamente y en carrera franca
triunfan en sus autos Maquiavelo y Creso.
Subida de bonos ha habido en la Banca.
Y los congresistas no van al Congreso.

Vértigo moderno. Sonoro bullicio.
No poder gozarte lamento y deploro,
pues en ti se cubre la lepra del vicio
con un deslumbrante damasco de oro.

Falso regocijo flota en el ambiente.
Aumenta el paseo de los paseantes...
y hasta las estrellas coquetonamente
bordan en el cielo puntos deslumbrantes.

Una niña ciega mendiga en el Prado.
Una vieja gime tendida en el suelo.
Dos ricas señoras pasan por su lado,
los cuerpos gallardos bajo el terciopelo...

Miran a la niña... miran a la anciana
y... —«Es falsa miseria... Lo mismo que todas...»
dicen... Y se unen a la caravana,
hablando de hombres... de fiestas... de modas...


 Opio

 Fue en una etérea turbación. Divanes
de terciopelo en el boudoir a obscuras...
Una burla de eunucos edecanes
y un desgarrar de clámides impuras...

Cuando el canto del último rapsoda
acarició tu clámide intranquila
una antigua liturgia de pagoda
rezaba en tu indostánica pupila... 

Humo de opio entre las plantas. Combos
frascos que Miguel Ángel de la Torre
llena de esencia de Coty. Los biombos

japoneses tumbados. Por las cuerdas
de la lira sutil siento que corre
de nuevo aquella sensación... ¿te acuerdas? 



  Ala, La Habana, Imprenta de Jesús Montero, 1915.