viernes, 12 de enero de 2018

Locos que escriben... El caso Aguilera


  

  Pedro Marqués de Armas 

 Agustín Aguilera, quien dio muerte en 1908 al General Rafael Portuondo, era un loco que escribía. No es infrecuente que los locos escriban. Y a fuerza de hacerlo merecen, como cualquier otro que se afane en rayar hojas en blanco (no es el caso, pero los hay geniales), el calificativo de escritor.

 Al ser detenido en Mayarí tras su sonado asesinato, Aguilera estaba a punto de terminar una novela. Entre sus pertenencias le ocuparon más de cuarenta manuscritos entre ficciones, dramas y poesías. 

 En la cárcel de Santiago de Cuba, mientras esperaba el comienzo del juicio, escribió varias novelas -las escribía de un tirón, las suponemos breves-, una de las cuales dedicó al juez instructor. Después, en el presidio de La Habana, el escritor holguinero escribió otras dos a petición de los psiquiatras forenses que intervinieron en su caso. Tituló una de ellas “Los cazadores de bandidos.”

 Todo ese material le fue incautado con el resto de lo que contenía su baúl: un aparato inventado por él para hacer sogas, un calendario hecho con cajetillas de cigarros y banderitas que le servía para pronosticar el estado del tiempo, y cuadernos donde diseñaba otros inventos que pretendía patentar.

 Examinados sus escritos, los médicos no dudaron en calificarlo de "verdadero grafómano". Todo eso se perdió.
Todo, salvo su melancólica silva -puro tojosismo entre rejas- “Adiós a Teresa”, en la que Aguilera se despide de su "concubina”, un poema que, bien visto, no desmerece un lugar en la tradición.

ADIÓS A TERESA

 Aquí entre rejas y cerrojos,
Oyendo la voz del Carcelero
Me despido de ti mi Teresa amada
Que te hayas (sic) cerca de las Selvas.
Ya a oír no volveré yo
El arrullador y amante Canto
De las Tojosas que escondidas ellas se encuentran
Allá entre los frondosos ramajes.
Poco importa que mi suerte aciaga
Hiciese que Tribunales y Jueces
Me condenen a perecer
No en deshonroso Cadalso, eso no,
Sino en prostituidas Ciudades o Palacios,
Que con humillación llevan el nombre de un ser honrado
Allá en las oscuras selvas
En donde la Inocencia ella se abrigó.
Aquí la humillación y el desprestigio
Adiós, adiós mi Teresa, adiós.
  
 ¿Qué fue de Aguilera? De antemano el juicio se politizó, al tratarse del asesinato en plena campaña de unos de los políticos de más prestigio, con la opinión pública dividida en dos bandos. Mientras los liberales miguelistas se pronunciaban a favor de la locura, los antiguos moderados presionaban para declararlo culpable. 

 Se pidió desde la primera vista la pena de muerte y, al final, fue condenado a cadena perpetua. Se pudrió, como se dice, en la cárcel. No valió la atenuante de enajenación mental, según el dictamen de los psiquiatras que lo examinaron, y que luego escribieron sobre el caso.

 Aguilera fue diagnosticado de un Delirio Sistematizado, es decir, un tipo de paranoia persecutoria. Deliraba con que el General Portuondo había "perjudicado" a dos de sus hijas -es decir, las habría violado- con la cooperación de Carlos M. de Céspedes (hijo) y por medio de un narcótico, allá por 1900. 

 Declaró en toda ocasión que se trataba de una cuenta pendiente y que no hacía más que "lavar la honra de la familia". Se cuenta que repetía una y otra vez: “tan mala educación y tan malas ideas tenemos los cubanos, que lo persiguen a uno desde que cesó la soberanía española”.

 El célebre antropólogo Luis Montané fue invitado a investigar a Aguilera y no dudó en tacharlo de degenerado tras someterle a un examen del que salió la siguiente ficha:

 Talla, 1 m. 488 milímetros. 
 Braza, 1 m. 38 centímetros. 
 Busto, 795 milímetros. 
 Diámetro antro-posterior cabeza, 184 milímetros. 
 Diámetro transversal, 145 milímetros.   Circunferencia horizontal total, 54 centímetros. 
 Circunferencia anterior (preauricular), 28 centímetros. 
 Circunferencia posterior (postauricular), 26 centímetros. 
 Curva anteroposterior (de la raíz de la nariz a la nuca), 55 centímetros. 
 Curva transversal (de oreja a oreja), 31 centímetros. 
 Ancho de la cara, 123 milímetros. 
 Mano: dedo medio, 56 milímetros. Dedo auricular, 50 milímetros. 
 Codo: 252 milímetros. 
 Pie izquierdo, 17 centímetros. 

 Conocemos, pues, la medidas de Agustín Aguilera Ochoa, quien por su escasa estatura recibió siempre el apodo de Patato.
(Hay que decir que el General no era mucho más alto que su asesino: 1.51 vs 1.48 centímetros. Pero esto no lo cuentan los informes.)

 Agustincito, como también se le conocía, mató al General sin previo aviso, según una versión a tiros, y a cuchilladas, de acuerdo con otra. 

 Durante la realización del examen antropométrico ocurrió un curioso incidente, que cuenta así Dr. Pérez Vento:  

 "Creyó, al ser sentado en un banquillo y ver el compás, que lo iban a ejecutar por la electricidad, y se demudó, pronunciando estas palabras: «ya sabía yo que en esto había de parar», y sacando del bolsillo un paquete lacrado y amarrado con cordeles dijo: «este es mi testamento para los niños huérfanos de París, y deseo que le sea entregado al Cónsul francés». Cuando se terminó la operación, entonces reclamó su paquete, el que le fue devuelto; no conseguí que me lo entregara, y después en la cárcel lo destruyó. Sentí mucho no haberlo leído."

 Se solazan los galenos ante el espanto que producen en Aguilera esos aparatos, como si no estuviera en juego su cabeza, pero no conservan sus escritos, que reducen a pruebas indiciarias, cuando no a mero cotilleo. 

 El médico se quedó con las ganas de conocer tan inaudito testamento, como nosotros con el deseo de su obra. 



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