sábado, 29 de abril de 2017

El bar en casa




  Miguel de Marcos

 Hace largos años conocí a un hombre respetable. Era un espíritu honesto, tranquilo, con ciertas lentitudes en la palabra y que lobanilleaba su occipucio con un mimo regalado. Tenía una vieja costumbre: por la noche, después de comer, se anegaba en un pijama, retiraba de los pies adoloridos sus botines chirriantes y los introducía en unas pantuflas suntuosas y capitonadas. Luego, se extendía en un canapé e instalaba junto a él una mesita brillante, pulida, ornamental. Sobre este mueble, un criado respetuoso depositaba una botella de whiskey y un sifón, con gestos que casi eran litúrgicos. El hombre, entonces, mollarizado, en este ambiente de reposo y de beatitud, leía mansamente los periódicos, anotaba su correspondencia y seguía, en revistas especializadas, todo lo referente a la fabricación de los abonos químicos. De vez en vez, sin apresurarse, con regodeo, introducía en el vaso un poco de whiskey, lo asperjaba con un chorro efervescente del sifón y tragaba aquella mixtura, entornando los ojos y chasqueando la lengua. Inmediatamente, tras estas absorciones reiteradas, encallaba en un editorial o se hundía en un abono químico.
 Creo que este hombre bienaventurado, que aun circula,-un poco marchito y remolcando bajo su camisa una radiosa cirrosis hepática- fue el magnífico precursor del bar doméstico.
     ***
 Porque el bar doméstico es hoy una realidad vencedora en muchas residencias. Es una cosa elegante. Es de buen tono. Algunos de estos pequeños bars caseros son exquisitos y valen como un espectáculo de arte, con sus maderas pulidas, con sus nickels brillantes, con sus vitrolites que tienen reflejos de clínica, con sus copas de cocktail, con las filas de frascos que guardan en su ánimo un poco de olvido y un poco de locura.
 En las grandes fiestas, el bar “chez soi”, pierde su intimidad. Funciona a todo vapor, a toda presión. Pero en esas ocasiones, lo manipulan "barmen" estilados, impersonales, que levantan los brazos corno las asas de un ánfora y sacuden con estruendo la cocktelera. Eso bajo su aparente elegancia, oculta un poco de plebeyismo. Toda la gracia interior del bar doméstico se pierde entre el estruendo de la concurrencia, entre el berrido del hombre titubeante, que, con una gardenia en su frac, reclama imperiosamente, un Alexandre bien cargado de ginebra. Y la característica del bar doméstico es todo lo contrario, esto es, su secreto armonioso, su fervor de intimidad.
 Hay en él un ambiente de capilla, de cartuja festiva, de amistad estrecha, de catacumba rigoleta. Un poco más y el bar en la casa es corno una Tebaida tranquila, ouateada, donde la absorción de cocktails asume el prestigio de un rito invulnerable.
 Es lo que me decía un amigo letrado, de espíritu eclesiástico, tendiéndome entre los nickels relucientes de su bar casero, un "gobelet" cargado de benedictino: -No olvides que este brebaje procede de la Escritura. Lo destilan los monjes blancos de Selesmes y de Ligugé. Esos sacerdotes venerables se alimentan con raíces. Cavan su propia tumba en los jardines de su Trapa adusta. Pero aun tienen tiempo de fabricar este elíxir dulzón que no conoció en sus mejores sueños aquel Júpiter mitológico, tan inclinado a absorber unos néctares falsificados entre las nubes de su Olimpo.
                        ***
 Yo he llegado a una casa amiga. El criado me guió hasta la biblioteca. Pasé la mano con emoción sobre el lomo sombrío de un Shakespeare. Me cohibí, repelido, ante un infecto Código Civil. Pero el dueño ya acudía, alerta, sonriente, ingerido en un pijama de estilo ruso, que le daba la vaga apariencia de un antiguo oficial del Zar. Estaba un poco anacrónico, porque al través de una ventana abierta yo contemplaba las palmas de la calle G.
 Hablamos vagamente de negocios. De mutuo acuerdo, por considerarla una cosa incluida en el renglón putrefacto, eludimos la política. El dueño de la casa, sonriente, me tendió, abierta, una caja de tabacos. Atrapé un cheruto repolludo. Y aquél, con su sonrisa divertida en V, como la del clown Grock, agregó más afable:-Voy a prepararte un cocktail. Me esperas cinco minutos. He atrapado una fórmula sublime. 
  Desapareció. Instantes después regresaba con la cocktelera envuelta en una servilleta. Un criado aportó dos copas sobre una bandeja. Y mi amigo escanció el brebaje en las copas finas, delgadas, enjutas, que tenían la apariencia de una pirámide de cristal. Inmediatamente, con una destreza admirable, cubrió la mixtura con un polvillo de canela.
 Yo, en mi ignorancia de aquella fórmula sagrada, indagué curioso.
 -¿Qué es?
 -Prueba, constata y emite tu juicio desapasionado sobre mis cualidades de "bar tender".
 Tragué un sorbo y dije: -Tengo la seguridad de que no es un Mary Pickford.
-Hombre, no. El Mary Pickford es un cocktail...  
 -¿Cinemático?...
 -No, virginal. Eres hediondamente indocto. El Mary Pickford es bebida para colegialas. Piensa en su fórmula: jugo de piña, ron, granadina, ni lo menudo. El jugo de piña tiene un sentido frutal, de frescura, de doncellez. Y la granadina es una cosa sin misterio. Esto que te brindo, para regodeo de tu paladar incogénere, es un Josephine Baker.


 -Ah, comprendo, bananos salitrosos en torno de una cintura desnuda que se recroquevilla lúbricamente.
 -Oh, no, hombre de excesiva imaginación. La fórmula del Josephine Baker no es desnuda. Está completamente vestida.
 Y alzando en la mano felpuda su copa alargada, cuyos bordes se decoraban con canela, añadió:
 -Es una fórmula "habillée", frondosa. Oye: Domecq Soberano; ½ vino de Oporto; un tercio de Apricot Brandy. Una cucharadita de azúcar, la cáscara de un limón, la yema de un huevo, hielo menudito. Todo esto se bate bien y se cuela. Luego se le tiende una débil capa de canela por encima. Et voila. Como ves, cosas sustanciales. El Domecq pone en esta combinación su fuego sordo, su llama que no se extingue y que sospecho era la que alimentaba altar de las vestales. El vino de Oporto ingiere en este aliño su gracia de vides oscuras, sus racimos tostados, su chispa meridional. El Apricot Brandy está entre esta fiebre como un paso de fiesta. La cáscara del limón es una prudencia intercalada. Se mete en este pequeño lago de dulzura para picarla con su acidez. En tu lengua habrá una vibración: es la cáscara. La yema del huevo oficia con serenidad en esta liturgia y esa canela espolvoreada es un artificio de imaginación: ella te traerá al recuerdo la imagen bruñida y anillada de Josephine Baker.
 -¡Pero faltan los platanitos, viejo!
 -Oh, esos puedes utilizarlos como un ejercicio metafísico... y diez minutos después, ambos, por unanimidad y como una forma de homenaje espiritual, reincidimos sobre el Josephine Baker.

***
 Hace muchos años leí un cuento delicioso de Francois Coppée, que recuerdo en este momento, a propósito del bar doméstico. Una señora realiza un verdadero hallazgo para evitar que su esposo se vaya todas las noches al café a jugar unas carambolas con los amigos y a tomar unos vasos de cerveza. Al efecto, instala un café en su propia casa. Erige en la casa un mostrador reluciente, un billar, uno velador, un aparato para expeler la cerveza rubia tocada por su espuma blanca y rizada. El marido se siente encantado. Varios amigos se instalan en las mesitas y materializan los mismos gestos que en el café: forman pilas con los platos, discuten de política, apostillan con denuestos las carambolas dudosas. El esposo se inclina sobre el tapete, la pierna en alto y cuando gana un partido demanda una cerveza que le sirve su propia mujer vestida de camarera. Pero al cabo de los días en el ánimo del esposo se prende el fastidio. No es lo mismo aquel cafetín en la sala de su casa, que el de la esquina, con sus camelots, sus jugadores de manila y las moscas adhesivas que ronflan en torno de los vasos. La mujer se desespera, inquiere del marido lo que le desazona. Y éste, en mangas de camisa, el chaleco abierto, el taco marchito, después de fallar una carambola, replica con tristeza:
 -Es que al aparato de la cerveza le falta presión, querida... Yo he pensado en este cuento, al recordar los bars domésticos que ahora funcionan en muchas casas de la Habana. Hasta ahora, son un éxito: de elegancia, de exquisitez. de buen tono. Pero, el demonio son las cosas: acaso, algún día, un esposo, buen catador, advierta que el daiquirí de su bar no está bien "frappée"...

 Social, noviembre de 1935. 

jueves, 27 de abril de 2017

Mal radio me parta


 
  Miguel de Marcos

 El radio tiene su literatura, su bibliografía, sus comentadores, exégetas. Tiene sus radio-fans, gente de nueve bombillos y de alta frecuencia. Hay sujetos que, entre dos aperitivos, se adicionan a la solapa de uno y dicen con un largo refocilo bienaventurado: anoche cogí Boston; anoche atrapé a París.  En esos momentos yo archivo mi patriotismo, que comienza a enmohecer por falta de uso adecuado, y replico, modestamente: -Ah, yo le di varias vueltas al cadran Iuminoso de mi radio. Pero la aguja no miraba ni al Norte ni a Europa. Era una brújula desmantelada. El aparato me devolvía de manera terca, extraña y persistente, unos silbidos alucinantes. Registré desconfiado el artefacto, sospechando la presencia de animales insidiosos en la onda. Palpé la antena en una indagación prolija. Al fin, para sentirme en paz con mi conciencia, me anegué en un son: un son redondo, cobrizo, tofudo. Y como los ruidos equívocos persistían, pensé que era la hora del zombie y la rana.
 Yo siento una profunda devoción por el radio, Pero me extravío en su técnica. Durante media hora, he escuchado una disertación maciza. He oído hablar del superheterodino de nueve lámparas y pensé entonces en un animal fabuloso. He oído una conferencia docta, acerca del control de sensibilidad y del “push-pull”. Y chapoteando en mi ignorancia aflicta, pensé que ese “push-pull” era el nombre científico de una jugada de pocker, o el seudónimo de un Ras de Abisinia.
 Un agente de radio me ha conducido a su barraca. Con un dedo trémulo y a la vez enfático, me ha dicho: -¿Ve usted esa cajita? Es un octode-super. Un superheterodino dotado de seis lámparas Miniwatt. Ahí no hay silbidos incongruos, ni esas regurgitaciones de fondo, que le dan al radio la prestancia de una salsa que acaba de entrar, en ebullición para descomponer sus esencias sublimes. iY qué antifading, amigo! Vea usted: tiene un indicador visual de sintonización que le permite a usted todos los deleites. Y un transformador de alta frecuencia que es la maravilla del siglo.    
  Calló el agente. Había pronunciado palabras de una liturgia severa y escarpada. Y después de esas frases, en que se coagulaba la elocuencia científica del aparato brotó un borborigmo difuso, como si detrás de uno de los seis bombillos Miniwatt se hubiera soslayado un sujeto aquejado de laringitis crónica, para regodearse en una plenitud de gárgaras orquestales.
 Me miró consternado. No me explico esta interferencia ...
 Le respondí optimista:-Es un cerebral...
 -Es el elemento invisible, replicó acorazado en su ciencia.
 -Pero la verdad es que su gargarismo tiene una forma compacta.
El hombre se lanzó sobre el cadran luminoso. Lo advertí atento al acuerdo visual. Comprendí que arreglaba la tonalidad. No sé si encendió una lámpara. De repente, la sensibilidad fue perfecta. Ningún silbido arrastrado y huraño. Ninguna opacidad sorda. Ningún estruendo. Una voz clara, Iímpida, serena, tranquila, majestuosa, brotó del aparato y aquella voz, que tenía una tendencia incoercible a convertir las erres rotundas y retorcidas en eles de glú-glú, emitió esta interrogación apremiante e incisiva:  -¿Por qué es usted calvo? ¿Por qué permite que su cráneo se le desguarnezca.
 Me sentí confuso y con un gesto rápido soslayé la cabeza bajo el sombrero, alegando el peligro de una corriente de aire. Pero la voz alucinante ahora se tornaba tutelar y suave: -Este líquido que les ofrezco les permitirá recobrar el tiempo perdido. Un peso el frasco: Se devuelve el dinero. Si a los quince días no tiene usted más pelo que Sansón.
 Y de repente sobre aquella prosa centelleante y prometedora, cayó el parche del bongó con su trueno de jungla:
                       ...
                                           
 Yo, pecador... Porque yo he microfonizado; pero con parvedad. Yo he radioemitido; pero con. Parsimonia, sin abrumar a mis hipotéticos radioyentes más allá de quince minutos.
 De todas maneras me complazco en instalarme la ceniza en la frente, porque sé, por experiencia, lo que es una tenia discursiva, por modesta y estricta que sea, entre los compases fluetos del Jibarito y una voz solemne que se encarga de recomendar con estruendo unas pastillas milagrosas para los bronquios que se exacerban.
 He querido, inclusive, documentarme. Para penetrar en los misterios del radio -que no son, por cierto, los misterios de Eleusis- he leído la "Iniciación a la T. S. F.", un libro amable, escrito por Baudry de Saunier. Supe que hay ondas amortiguadas y ondas entretenidas, y esto me llenó de sorpresa. Supe algo más: la existencia de las ondas parásitas, lo cual me dio la explicación neta del ensañamiento que ponen esos tremendos oradores de antena, cuando alumbran los nueve bombillos y se tornan felpudamente adhesivos en torno del micrófono. Y llegué a una conclusión: a la vivencia en el éter de “estaciones microbios”. No invento nada, porque cito, pulcramente, con el texto ante los ojos, con el aplomo del "speaker" que lee, sobre su amarillo papel de publicidad, el anuncio de un vermífugo o de una pasta dentífrica. No comprendí una palabra sobre las frecuencias. No pude explicarme el detector y el heterodino y cuando llegué a la lámpara de tres electrodos, solté el libro.
 No soy un radiofán, lo confieso con las mejillas empurpuradas. No
cogí anoche a Boston. Ah, pero... Ya era tarde. Extendí la mano al azar junto al cadran luminoso del radio. No había silbidos en el mundo invisible, como si en el éter se infundiera una plenitud de silencio. De repente, fue una voz, maliciosa, un poco ronca, toda imbuída de galejadas. Y la voz cantaba en un francés faubouriano:
  “Quan un vicomte
  Recontr'un autr'vicomte
  Tout ce qu'ils s'racontent
  C 'est des histoir's d'vicomtes".
 Era la última canción de Maurice Chevalier. Y era la voz de éste quien subrayaba ese refrán, con el acento de Belleville y de Montmartre. Ah, yo había cogido París... 
 Suspiré lleno de satisfacción y de orgullo. El radio era una noble cosa humana. Yo era un hombre de alta frecuencia. Y antes de dormirme en esta beatitud, tuve un último pensamiento de lástima para las ondas parásitas, para las "estaciones microbios" y para los hombres, en cuya antena no se alza una vibrante inquietud...


 Social, diciembre de 1935. 

martes, 25 de abril de 2017

Análisis espectral del rompegrupos




 Miguel de Marcos


 El pesado tiene todas las polivalencias. A veces, es como una sombra brusca y negra, un ala maléfica que se abatiera sobre los ojos de su víctima y le envolviera el cuerpo sin poder oponerle resistencia.
 Los tratadistas modernos, afilando el diagnóstico, polarizando la audacia, han visto en el pesado una función morosa, lenta, de sangre espesa. Parece que esos ciudadanos tienen un poco afligido, yerto y macambuzio el cayado de la aorta. Han encontrado hasta un término enfático para llegar a una definición: sangre gorda. No hay que confundir, sin embargo, la gordura de la sangre con la del individuo. Todos los "bon vivants" de Henri Lavedán, tienen la panza generosa y abundante, pero jovial. Poseen maxilares profusos y hasta remolcan, como un trofeo de veinte años de salsas, de trufas y de cangrejo a la americana, el clásico pliegue occipucial. Y ya sabéis: esos "viveurs" son alegres, despreocupados, cínicos. Aman y ríen con su barriga exúbera. Es posible que el reumatismo, común a todos los artríticos y a todos los sanguíneos, les haya hundido sus cristales venenosos en la sangre. Pero, a pesar de todo, esta se conserva, fresca y tierna, como un lago rizado sobre el cual bogaran el persiflage, el chiste, el manfichismo, ese "me importa poco", que es una fórmula de renovación vital, cuajada en un labio que sabe sonreír y en un encogimiento de hombros.
 Más tarde, entre nosotros, porque el pesado ha sido estudiado a fondo, se enraizó ese concepto al del plomo. Creo que hubo en eso un poco de injusticia y de aturdimiento. Por lo menos, una saeta oblicua disparada contra la química. El mismo Diccionario -que es una máquina venerable sin ansias de broma y sin exacerbados afanes de sandunga- sitúa junto al plomo esta acepción: persona pesada y molesta. Son las injusticias de la vida, porque el plomo es un cuerpo simple, sin complicaciones y sin melodrama.
 En todo caso, estamos frente a una gloria que se levanta, vivaz y fuerte, intangible al paso del tiempo. El pesado tiene una turbia fuente fisiológica: la de una sangre que no se desliza con un claro impulso lírico y que, por agobiante, por muerta, bifurca hacia el pantano. Y como si eso fuera poco, se le conceden los atributos del plomo. Sangre y metal: es casi una armadura escarpada y granítica del medioevo.
 Pero esa implicación con el plomo, aportó a la concepción del pesado una nueva veta. Era el riesgo de citar la soga en casa del ahorcado. El plomo generó una cuestión balística. Lo demás corrió a cargo de la gracia verbal del criollo, de su fantasía, de su don prodigioso para darle a la síntesis enjuta un carácter de relieve y de friso trémulo por donde se esparciera un chispear de sonrisas.
 Surgió, bien lo sabéis, una definición que era, en una frase, una plenitud. Para clasificar en su función, en su magistratura, en su raíz al pesado, se implantó un giro que no es un alarde festivo de logomaquia, sino que traduce, con vigor, una idea. En fin, se dijo de ese sujeto intercalado con tanto esmero en nuestra estructura: es un balín a la vinagreta con gotas amargas.
  

 Convengamos, con todos los respetos, que eso asumía los caracteres de una apoteosis. Era la balística quien brindaba su esfuerzo. Era la culinaria quien ofrecía una mixtura difícil. Era el cocktail quien desglosaba sus gotas acerbas. No se podía quejar el pesado de adquirir en la definición tantas implicaciones.
 Pero el verbiage indígena, que es siempre una juglaría festiva y docta, aún guardaba nuevos festones para decorar la majestad del pesado. El hallazgo surgió entre los meandros recalcitrantes y tofudos de una indigestión. Una indigestión de hígado: fragorosa, tumultuaria, inhóspita, la más breñal de todas, la que realiza volatines arriscados en el esófago, la que describe periplos audaces en todo el tubo digestivo. La víctima fue el parroquiano de un restaurant que estaba situado entonces cerca de la Manzana de Gómez y que permanecía abierto toda la noche. Aquel hombre, que confiaba con exceso y con soberbia seguridad en los blindajes de su tripa, demandó, al filo de la medianoche, un hígado, que era esponjoso y se abría sobre el plato, como una hoja ancha, espesa, gorda, chorreante, sobre una salsa pantanosa y negra.
 Fue una tragedia. El hombre que, en el comienzo de la madrugada, se nutriera con un hígado incoherente, una hora después se crispaba entre dolores lancinantes. Sobre el estómago sentía como el escarbamiento inmisericorde de un buitre y entre dos  sorbos de agua bicarbonatada, como era erudito, pensó en Prometeo, ligotado a su roca ácida, ofrendando al pico de un cuervo la llaga abierta de su flanco. En tal trance le surgió en el camino un amigo adhesivo, uno de esos compañeros esparadrápicos, que tienen una receta para cada mal y que exhalan una pesadez apelmazada y molesta. Aquel, en su angustia, no pudo más y casi con un rugido, le explosionó la frase que se prendió, desde entonces, para siempre, en lo vernáculo: -Eres un hígado. Y lo que es peor, eres más pesado que un hígado de medianoche.
 Se había acuñado una nueva definición para encerrar al pesado en un cuadro vistoso. De metal denso pasaba a la categoría de víscera. El balín a la vinagreta, sin embargo, no desertaba de su culinaria: era un hígado de medianoche, un hígado indigesto, con nocturnidad, con alevosía y con ensañamiento.
 Pero el gran ciclo aún no se había completado. Todavía la vena indígena no estaba exhausta para sus ejercicios, para sus regocijos y para sus creaciones. Para definir al pesado -al sangre gorda, al balín a la vinagreta, al hígado- precisaba el despliegue, en lo vernáculo, en lo preciso, de una pasmosa energía verbal. El milagro se produjo, cuando se creó esto: el rompegrupos.
 El rompegrupos es una perforación en vigencia. Toda la polivalencia del pesado cuaja plenamente en esa palabra que es una tromba, que horada, taladra, disuelve, aniquila, disloca y avispa las fugas, las huidas en masa, las cabalgatas alucinadas, las escapatorias sin equívocos tramadas en una urgencia colosal, en ese apremio huidizo que propicia el palmacristi.
 Eso es el rompegrupos. La pesadez visceral y nocturna del hígado de medianoche ya no es fortuita. Es una hoz que disuelve. Es un casco de metralla, ante el cual los pies solo obedecen al instinto de la fuga. La densidad del plomo y de la bala se extravasan en una carga de caballería. La sangre espesa se transforma en lanza. Es el siniestro advenimiento del rompegrupos. Y entonces, el calcáneo, crispado de terror, solo se hace instinto: instinto de evasión, de carrera loca para escapar a esos tentáculos negros, adhesivos, que no perdonan y que son ásperamente inexorables.


 Social, octubre de 1935. 

 Imágenes: Martin Parr

domingo, 23 de abril de 2017

Discurso académico en La Habana




Wallace Stevens


Canarios en la mañana,
orquestas en la tarde,
globos por la noche. Al menos
ya no se trata de ruiseñores,
Jehovah y la gran serpiente marina. El aire
no es tan elemental ni ya la tierra
tan cercana.
       Pero el sustento de los bosques
no nos sostiene en las metrópolis.

II

Es la Vida un casino en un parque. Los cisnes
descansan sus picos en el suelo.
Un viento desolado ha aterido a la Roja Fátima
y en el frío se posa una gran decadencia.

III

Los cisnes... Antes de que sus picos se abatieran
sobre el suelo y antes que la crónica
de afectados homenajes disimulase tantos libros,
ellos vigilaron las pálidas aguas de los lagos
y los doseles de islas que estaban unidas
a aquel casino. Mucho antes que la lluvia
arrasara sus ventanas de tabla y que las hojas
llenaran sus incrustadas fuentes, ellos ataviaron
los crepúsculos del mítico Rey Maní.
Los siglos de excelencia por venir
surgieron de la promesa y devinieron augurio
de trombones flotantes en los árboles.
                               La fatiga
de pensar trajo una paz excéntrica
para el ojo y tintineante para el oído. Ásperos tambores
elevaron su ruido sin que la plebe se alarmara.
Las indolentes progresiones de los cisnes
hicieron que la tierra se ajustara; una parodia de maní
para gente de maní.
       Y un más sereno mito
concibiendo desde su perfecta plenitud,
lozano como junio, más frutecido que las semanas
del más maduro estío, moroso siempre
por tocar de nuevo el más cálido brote, por pulsar
de nuevo la más larga resonancia, por coronar
la más clara mujer con apta palabra, por montar
al más fuerte jinete sobre el potro más robusto.

Este urgido, sabio, mas sereno mito
pasó como un circo.
      El hombre político ordenó
la imaginación como el funesto pecado.
La abuela y su cesta de peras
tienen que ser el enigma de nuestros compendios.
Ése es mundo bastante y aún más, si se confinan
las hijas con las barraganas de melocotón y marfil
para quien se alzan las torres. El pecho del burgués
y no éter alguno sutil y cercado de estrellas
tiene que ser el lugar para el prodigio, a menos
que lo prodigioso sea truco. El mundo no es fantasía
     de insomnes ni palabra
que deba importar sustancia universal
a Cuba. Apuntad estas lácteas cuestiones.
Alimentan Júpiteres. Su pezón casual
caerá como dulzura en las noches vacías
cuando queda anulada la rapsodia excesiva
y la plegaria espirituosa provoca nuevos sudores: así, así:
La Vida es un viejo casino en un bosque.

IV

La función del poeta es aquí mero sonido,
más sutil que la más historiada profecía
para rellenar el oído? Ella le lleva a hacer
su repetición infinita y sus amalgamas
del más selecto ébano y del mejor alción.
Le lastra de exacta lógica para los remilgados.
Como parte de la naturaleza, es parte nuestra.
Tus rarezas son nuestras: puede ella acceder
y reconciliarnos con nosotros mismos en esas
reconciliaciones verdaderas, oscuras, pacíficas palabras,
y las sabias armonías de su cadencia.
Cierra la cantina. Apaga el candil.
La luz de luna no es amarilla sino un blanco
que silencia la villa siempre fiel.
Qué pálida y posesa es esta noche.
Qué llena de las exhalaciones del mar...
Todo esto es más viejo que su más viejo himno
y no tiene más significado que el pan de mañana.
Pero dejad al poeta que en su balcón
hable y los que duermen se moverán en su sueño,
se despertarán y contemplarán la luna en el piso.
Esto puede ser bendición, sepulcro y epitafio.
Puede, sin embargo, ser
un encantamiento definido por la luna
por mero ejemplo opulentamente clara.
Y el viejo casino también puede definir
un encantamiento infinito de nuestro ser
en la gran decadencia de los cisnes muertos.



 Revista de Avance, noviembre de 1929. 

sábado, 22 de abril de 2017

Traducciones del chino


 También Cristóbal [Christopher] Morley es un valor que hay que conocer en la nueva literatura —por nueva, entendemos más acá de Hawthorne, de Emerson, de Bret Harte— norteamericana. Morley es una especie de Chesterton epicúreo y sin dogmas. Es, como el inglés, gordo y escéptico; fino y ágil por dentro. Fuma del rubio de Virginia en pipa; va a Francia todos los veranos, y es un mandarín jovial e irónico, elegante y pulido, sobre las rudas letras del Norte.

DE UN POETA QUE MURIÓ JOVEN

Fue maestro de los poemas parados en seco,
De los breves poemas en que las palabras son pocas,
Pero el sentido continúa en los corazones.
Su vida, también, fue así.

TEDIO A LA HORA DEL TE

La cortesía tiene sus desventajas.
¿Se acuerda usted del viejo problema
De los Siete Corteses Mandarines?

Siete Mandarines Ceremoniosos
se reunieron para tomar el té
en una fascinante pagoda.
Surgió la cuestión de procedencia.
Ninguno de estos gentiles a la antigua
deseaba ocupar los más honorables asientos.
El celador de la casa de té,
—un tipo pequeño y calculista—
sugirió a estos simples de chapa añeja
que tomaran el té juntos diariamente
hasta que todos se hubieran sentado
en todos los órdenes posibles.

Los cándidos Mandarines
encantados de tan social solución
de su honorable dificultad
aprobaron con gran contento.
Aprendieron demasiado tarde
que se habían condenado tediosamente
a reunirse todos los días
por cerca de catorce años.

ST0P-SH0RT

Pero cómo los bárbaros norteamericanos
Descuidarán su deber filial
Que tienen que fijar, por aleluya.
Un día para honrar a sus Madres.

UN MOTE

Excelente persona ese otro amigo mío
Que, necesitando un mote para su reloj de sol.
Inscribió en él
No me interesa la oscuridad.

EL POTE

Cuando teníamos un cocinero chino
Solía preparar magníficas raciones de arroz
Con una picante salsa pardoscura,
Una salsa hecha de habas.

Un día, cuando se había marchado,
Encontré, arrojada en el desecho
(Donde encuentro tantas maravillas)
Aquel potecito obeso de arcilla.
De bruno barniz, cuello corto, pico mocho,
En que la salsa de haba había venido de China.

¡Bendito pote salsero! ¡Qué apropiado
Para colocar dos narcisos,
O una gavilla de limpia-pipas!

¡Registrad siempre el latón, of filósofos!
Que el desecho de otras gentes
Es a menudo vuestro tesoro.

MEDITACIÓN DE UN BALNEARIO

Mis amigos norteamericanos
Me dicen cómo aman los baños de mar.
Y sin embargo, cuantas veces salen del deporte
Se anegan en una ducha de agua dulce
Lavándose esa costrilla de sal
Que fue la virtud de la inmersión.

Así, oh filósofos, vuestros jocundos estudiantes
Se zambullen en vuestro acerbo piélago,
Pero antes de volver a su vida diaria
Cuidan siempre de quitarse toda traza
De vuestro hedor salado de océano.


 (Versión castellana de j. m.)


 Revista de Avance, 30 de agosto de 1927. 

jueves, 20 de abril de 2017

Poesía nueva en Cuba


  

 Bernardo Ortiz de Montellano

 El grupo minorista de la Habana, selecto, orientado, alza la voz para, iniciar la revancha contra el tiempo, desnudando sus propios horizontes. Pintura, Teatro, Poesía, Crítica —este nuevo género creador— al amparo del año, hoy 1927, se renuevan en Cuba al empuje de su juventud enrolada a la falange intelige, la nueva orografía del pensamiento, en América.
 Por fortuna todavía el público les ignora, minoristas de todas partes que son a un mismo tiempo predicadores y oyentes, libertándoles, porque el hablar consigo mismo es, desde Gracián, el camino maduro del espíritu, creándoles además el santo y seña tipográfico de las Revistas nuevas, hechas para cruzar el mar, con que estos grupos se entienden, con entendimiento masónico. (C'est bien, Paul Morand: "Una generación es, en el fondo, siempre, una masonería).
 Pero ¿y la Poesía? La poesía, seamos justos, está sufriendo ¿gozando? la invasión de la novela. El cinematógrafo, con múltiples cazadores, dióse a deshumanizarla robándole todos los argumentos, todas las descripciones y, además, la psicología externa y el realismo de que abusó a fines del Siglo XIX a tal punto que, cuando llega Proust con la investigadora conciencia de su sillón de ruedas y el microscopio de la memoria, tiene que volver del revés el género hasta iluminarnos lo oscuro de la vida y del pensamiento. (¿No es este un terreno de la poesía?).
 Para la poesía de América pasó el romanticismo de Martí y de Gutiérrez Nájera; el modernismo de Darío y Nervo. Los más destacados poetas cubanos de hoy, Marinello, Tallet, Loynaz, han doblado esa sirte y la otra infusa ¡bella! —de Juan Ramón Jiménez va también quedando atrás. Con qué diferente ponderación —ese equilibrio del gusto de linaje Goethiano— y valedora cultura emprenden, estos poetas, la ruta alejados del grito romántico, simplemente patriótico o sensual, tanto como del vanguardismo exagerado que es extravío de la incultura.
 Marinello finamente unido a la buena poesía tradicional, pura como el lenguaje mismo, prefiere seguir la curva —vuelo indeciso— que forja la canción aun sin la música y casi también sin las palabras. Tallet, nuevo en sí mismo, rico de ese nuevo grado y agrado de la emoción que es la tierna ironía gozadora del dolor por la inteligencia y Loynaz, el más joven, buceadores inquietos, alzan, de un golpe, la lírica cubana hasta los hombros del arte actual.

 Con "El trompo de siete colores" se reveló Bernardo Ortiz de Montellano como una de las sensibilidades mexicanas más auténticamente orientadas por los nuevos derroteros líricos. Ahora se nos muestra, en estas finas observaciones sobre nuestra lírica actual, poseedor de original perspicacia crítica.


 Revista de Avance, 30 de agosto de 1927. 

miércoles, 19 de abril de 2017

Prisma



 Manuel Maples Arce

 Yo soy un punto muerto en medio de la hora,
equidistante al grito náufrago de una estrella.
Un parque de manubrio se engarrota en la sombra,
y la luna sin cuerda
me oprime en las vidrieras.
Margaritas de oro
deshojadas al viento.

 La ciudad insurrecta de anuncios luminosos
flota en los almanaques,
y allá de tarde en tarde,
por la calle planchada se desangra un eléctrico.

 El insomnio, lo mismo que una enredadera,
se abraza a los andamios sinoples del telégrafo,
y mientrass que los ruidos descerrajan las puertas,
la noche ha enflaquecido lamiendo su recuerdo.

 El silencio amarillo suena sobre mis ojos.
¡Prismal, diáfana mía, para sentirlo todo!

 Yo departí sus manos,
pero en aquella hora
gris de las estaciones,
las palabras mojadas se me echaron al cuello,
y una locomotora
sedienta de kilómentros la arrancó de mis brazos.

 Hoy suenan sus palabras más heladas que nunca.
¡Y la locura de Edison a manos de la lluvia!

 El cielo es un obstáculo para el hotel inverso
refractado en las lunas sombrías de los espejos;
los violines se suben como la champaña,
y mientras las ojeras sondean la madrugada,
el invierno huesoso tirita en los percheros.

 Mis nervios se derraman.
La estrella del recuerdo
naufragada en el agua
del silencio.
Tú y yo
coincidimos
en la noche terrible,
meditación temática
deshojada en jardines.

 Locomotoras, gritos,
arsenales, teléfrafos.

 El amor y la vida
son hoy sindicalistas,

 y todo se dilata en círculos concéntricos.




domingo, 16 de abril de 2017

La poesía nueva


 César Vallejo

 Poesía nueva ha dado en llamarse a los versos cuyo léxico está formado de las palabras "cinema, motor, caballos de fuerza, avión, radio jazz band, telegrafía sin hilos", y en general, de todas las voces de las ciencias e industrias contemporáneas, no importa que el léxico corresponda o no a una sensibilidad auténticamente nueva. 
 
 Lo importante son las palabras. Pero no hay que olvidar que esto no es poesía nueva ni antigua, ni nada. Los materiales artísticos que ofrece la vida moderna, han de ser asimilados por el espíritu y convertidos en sensibilidad. El telégrafo sin hilos, por ejemplo, está destinado, más que a hacernos decir "telégrafo sin hilos", a despertar nuevos temples nerviosos, profundas perspicacias sentimentales, amplificando videncias y comprensiones y densificando el amor; la inquietud entonces crece y se exaspera y el soplo de la vida, se aviva. Esta es la cultura verdadera que da el progreso; éste es su único sentido estético, y no el de llenarnos la boca con palabras flamantes. Muchas veces un poema no dice "cinema", poseyendo, no obstante, la emoción cinemática, de manera  obscura y tácita, pero efectiva y humana. Tal es la verdadera poesía nueva.

 En otras ocasiones el poeta apenas alcanza a cambiar hábilmente los nuevos materiales artísticos y logra así una imagen o un "rapport" más o menos hermoso y perfecto. En este caso, ya no se trata de una poesía nueva a base de palabras nuevas como en el caso anterior, sino de una poesía nueva a base de metáforas nuevas. Mas también en este caso hay error. En la poesía verdaderamente nueva pueden faltar imágenes o “rapports” nuevos —función ésta de ingenio y no de genio—, pero el creador goza o padece allí una vida en que las nuevas relaciones y ritmos de las cosas se han hecho sangre, célula, algo, en fin, que ha sido incorporado vitalmente en la sensibilidad.  

 La poesía nueva a base de palabras o de metáforas nuevas, se distingue por su pedantería de novedad y, en consecuencia, por su complicación y barroquismo. La poesía nueva a base de sensibilidad nueva es, al contrario simple y humana y a primera vista se la tomaría por antigua o no atrae la atención sobre si es o no moderna. Es muy importante tomar nota de estas diferencias.

 "1927" no ha conocido todavía la angustia de la falla de material inédito. Si alguna vez toma ideas y emociones de otros veneros, lo hace porque estima que aquellas deben tener su repercusión en Cuba. Así ahora con esta admirable página de César Vallejo, una de las cabezas más agudamente pensativas de la joven América nuestra. El siguiente ensayo se publicó en la fraternal revista "Amauta", de Lima.


 Revista de Avance, 15 de agosto de 1927.