domingo, 27 de diciembre de 2015

El gran ritual colectivo





  Alejo Carpentier


 Navidades mexicanas: niños que van de casa en casa pidiendo posada, cantando el más lindo villancico que pueda imaginarse; Misas del Gallo bajo los artesonados barrocos, y, en Yucatán, el perfume –tan autóctono- de chalupas y vaporcitos, cuya fórmula culinaria se remonta a los días de la Conquista, cuando al maíz americano se añadieron viandas traídas en los arcones de los compañeros de Bernal Díaz del Castillo...

 Navidades cubanas: el lechón puesto a asar, en horno de tierra, sobre una camada de hojas de guayaba, bajo la aspersión del mojo de ajo, orégano y naranja ácida; los plátanos verdes puestos a freír junto a la gran olla de moros y cristianos...

 Navidades de Madrid, con sus inacabables mercados de juguetes, instalados bajo las arcadas de la Plaza Mayor, en las aceras de la Plaza de la Cebada, cerca del isabelino restaurante de San Millán. Y el gran río humano particularmente alborotoso en ese atardecer, que desciende por la Gran Vía, frente a las mesas del Café Molinero...

 Navidades de París, siempre melancólicas, en cuanto a la calle, pero regocijadas en los hogares, donde se prepara la oca tradicional, acompañada de puré de castañas, que será rociada con los incomparables vinos de la Borgoña o de Arbois. Y las vitrinas de «Les Galeries Lafayette», llenas de juguetes animados, de trenes miríficos, cuya contemplación es ininterrumpida, de cuando en cuando por el: Circulez, s’il vous plaît, de policías que gozan del espectáculo, tanto como los niños, mientras los muñecos eléctricos de Jacopozzi animan escenas de circo entre los cuerpos del edificio...

 Navidades caraqueñas, que con sus Misas de madrugada, sus patinadores, sus aguinaldos –demasiado olvidados en otros países del Continente- acompañados de cuatro, furruco y maracas, en un ámbito que, este año, ha sido más pródigo que el pasado en pesebres y nacimientos, con el orgullo de una parroquia -¡loor a ella!- que se ha jactado de contar más de doscientos en sus hogares, haciéndose retroceder un tanto, con ello, la ofensiva exótica del muérdago, de los renos y de un Santicló que nos viene de los países nórdicos...

 En todas partes se ha observado la grata costumbre de los obsequios, felicitaciones y ágapes tradicionales que, cada año, mezcla a los hombres en los mismos regocijos, prácticas y alabanzas. Por su general aceptación, incluso por parte de quienes no alientan una fe, la Navidad es la única celebración que, cierta noche, impone normas idénticas a las gentes de los más diversos idiomas y razas. Así, una vez más, nos hicimos partícipes de un vasto ritual colectivo- el único, tal vez, que el hombre moderno haya conservado tan universalmente.


26 de diciembre de 1953
El Nacional"de Caracas


Navidades en los pueblos cubanos






 Samuel Feijóo


 Las navidades cubanas unen tradiciones de todo tipo, desde el arbolito exótico y el nórdico Santa Claus hasta el Nacimiento clásico y la tremenda cena de Nochebuena. En nuestros pueblos estas pascuas abren una época de paz bienhechora, suavizando la tensión de nuestras desventuras políticas y sociales.

 Las Navidades se festejan en los pueblos cubanos con idénticas celebraciones, guardando las mismas costumbres, porque nuestra Navidad es una, pareja, de un cabo al otro de la Isla. Las tradicionales fiestas pascuales se mantienen vigorosamente, en campos y ciudades, con las naturales ligeras variantes de la ubicación. En el campo, por ejemplo, las fiestas son más íntimas y serenas; en los pueblos: más desbordadas, sin que este desbordamiento indique mayor alegría. En general, los cubanos celebramos las Navidades con entusiasmo, apasionadamente, chicos y grandes. Los unos contentos por las golosinas y la animación y la esperanza de los futuros juguetes, los otros alegres por las pascuas en sí, por las comelonas tradicionales, los bailes de Navidad y Año Nuevo, las visitas de los familiares para celebrar en alegre reunión la cena grande de la Nochebuena.

 CENTRO DE LAS PASCUAS CUBANAS

 El verdadero centro de nuestras pascuas es la noche del 24 de diciembre, la noche de la gran cena. Esto es obvio en la Isla toda. Alrededor de este centro organizamos una serie de celebraciones menores: que tienen también su festivo y excitante cumplimiento. En las ciudades se construyen Nacimientos en muchos hogares. Los pastores, los camellos, el niño, las vacas y burritos de loza se reparten sobre una verde extensión de papel corrugado y reciben múltiples visitas que vienen a verificar la belleza de la tradicional construcción alegórica. Muchos hogares citadinos levantan también su arbolito de Navidad (made in U. S.) y lo iluminan y colman de globos y zarandajas coloreadas, para admiración de los niños. Los pueblos de campo adentro, los pequeños pueblos sin visos de ciudad o pueblo grande, ni construyen Nacimiento ni iluminan arbolitos navideños. Lo que sí organizan en ellos son los «guateques» y los «batacunes» para bailar profusamente. La juventud asiste como hechizada a esos bailes pascuales, «los grandes bailes del año». El embullo por ellos cunde en colores o colocando grandes telas en las guaguas rurales, avisando la noche de la celebración.

  NOCHEBUENA

 Pero todas las celebraciones anunciadas sirven como pretexto o fondo para la gran cena. El lechón asado de Nochebuena es un rito cubano pascual, de los mayores y más alegres. Esto se siente respirando el aire del día famoso. El día de Nochebuena por las calles de los pueblos pasan teorías de olorosas tártaras con lechones asados al horno. Siempre pasan, sea el año bueno o malo, porque el cubano se sacrifica, se empeña, con tal de celebrar «dignamente» la Nochebuena. El campesino de los pequeños pueblos asa su lechón; lo asa en «puya», en «barbacoa» o sobre piedras. Para el campesino que no cuenta con las diversas celebraciones pascuales del habitante de las ciudades, el lechón asado es la pura fábula que se realiza. El lechón asado del 24 de diciembre es la Navidad campesina. Y el guajiro se aprovecha de él en grande. Esa noche es la noche del año, la noche en que no cuenta la miseria. Para celebrarla acude a todos sus recursos. No poder cumplir con la tradición es un golpe muy recio para un mortal. Y es por ello que vende si es preciso, para lograr «fondos», desde su punta de malanga hasta la cría de guanajos, o bien se va al central para quien trabaja, de machetero generalmente, a solicitar un anticipo misericordioso. Cualquier cosa es capaz de hacer el cubano para no perder su gran noche. El cubano en general, insistimos, es celoso de su Nochebuena. Celebrarla «espléndidamente» con mucha comida y bebida y alborotada asistencia de familiares y amigos a su mesa, le proporciona un goce memorable. (En este sentido derrochador, «por una sola vez», son legendarias las fabulosas proporciones que algunas familias de aventajada posición económica dan a sus Nochebuenas.) Un 24 de diciembre bien celebrado se comenta con agrado y orgullo durante mucho tiempo. Empezar el año con comelonas en Nochebuena y Año Nuevo es de buen augurio para muchos. Aunque este año ha sido año de un largo tiempo muerto y de abrumadora tensión política, esperamos que las pascuas sean un paréntesis de paz ciudadana, porque nuestras navidades, con sus alegrías, se bastan para apaciguar los encendidos espíritus, para suavizar las iras con sus días bienhechores, gozosos, claros.


 Publicado en Bohemia (51), La Habana, 16 de diciembre, 1956, pp. 22-23, 170. Fotografías y pies de fotografías Samuel Feijóo. Tomado de Signos, 62, 2011, pp. 33-38.

sábado, 26 de diciembre de 2015

A la salud de Cristo




  Sergio Carbó 


 En medio de una algazara entreverada de “congas” y libaciones, la ciudad alegre y confiada que puede gastar dinero celebraba el nacimiento de Jesús. Los hombres, enfundados en su atuendo funeral de rigor: el smoking, que más que traje de fiesta parece un uniforme de riguroso duelo. Las mujeres, amplias de escote, se dejaban besar por el aire fresco de una anticipada Epifanía que esta vez llegaba de la cantina, y que la vez primera vino del desierto.

 Con esa ingenuidad patética que procura el alcohol en las madrugadas –la hora extraña en que ángel despierta en el alma de los libertinos, según dijo Baudelaire-, alguien levantó su vaso de high-ball y musitó, entornados los ojos y trémula la voz: -Señores: han dado las doce. Brindemos una copa por el pobre Cristo, que para eso estamos aquí.

Nadie le hizo el menor caso al arrepentido pecador. Hubo un bisbiseo imperceptible en sus labios como si orase el Padre Nuestro; de sus ojos vidriosos rodó una furtiva lágrima hasta el vaso, y se bebió la lágrima y el vino…

 Ilógicamente, inesperadamente, la orquesta rompió a tocar el Himno de Bayamo, dando a la fiesta calidades de fiesta patriótica, como si el Nazareno hubiese visto la primera luz en Cuba. Después continuó la “conga”, confundida con el dulce tañido de las campanas de Noel, campanas lejanísimas, rebosantes de piedad y pidiendo misericordia a lo largo de los siglos. Por la bóveda celestre cruzaron, en caravana deslumbrante, Melchor, Gaspar y Baltasar. El que había brindado rectamente inclinó la cabeza, como en éxtasis. Era el único cristiano digno de la noche maravillosa, y estaba en completo estado de embriaguez.

 ¿Será inoportuno y ridículo, en la época delirante en que se vive, aludir con melancolía al pasado tradicional, pleno de tierna belleza, en que las Nochebuenas tenían otro sentido superior y otra mística, aún dentro de la clásica comilona? La familia reuníase alrededor del piadoso arbolito de Navidad, talismán de compenetración y afecto, y el profeta admirable que nació en el establo llenaba de fantasía el alma de los niños y hacía meditar a los mayores aún entre los vapores de la cena…

 Ah, la Humanidad siempre fue licenciosa y alegre, pero había más espiritualidad, más elegancia en los recuerdos, en las ceremonias, en los símbolos inmortales y en las creencias. No es que seamos más malos; pero sí somos más vulgares. Por el caminos que vamos llegaremos al colmo de convertir en baile hasta los entierros, y en “arrollar” hasta con ocasión del óbito de nuestros héroes…

 He aquí esta Nochebuena: noche de sangre en los campos de batalla donde cientos de miles de hombres caen en el abismo de la muerte, para que nosotros podamos seguir bailando y comiendo lechón en años venideros… Noche terrible, en que la palabra de Cristo es consuelo de moribundos y esperanza de pueblos esclavos, porque la doctrina publicada por el Galileo, de igualdad y respeto a la personalidad humana, de tolerancia y de cooperación, vivifica el dogma de la Democracia…

 Noche navideña en que el carbón homicida no dio tregua a la azulosa tribulación de las madres que esperan, leyendo desesperadas las listas de bajas de los estados mayores, igual que aguardaba María, atravesada por mil puñales, entre las zarzas del Calvario…

 Noche ilustrada por la más sublime de las apariciones, en que el Hijo del Hombre vino a decir la única fórmula de armonía, sin la cual serán inútiles las conferencias de la paz: amaos los unos a los otros… Apotegma que flota como un espantoso remordimiento sobre los millares de tumbas de los hijos segados por el odio del Anticristo…

   Y esta noche triste, esta noche delicada, nosotros bailamos la “conga” y catamos el licor, mientras allá lejos corre la sangre…. ¿Sentimental, acaso ridículo hablar de estas cosas?

 Quién sabe. Pero la última Nochebuena, más que el Himno de Bayamo metido a la fuerza en la navidad del Redentor, más que la “conga” estridente, nos queda en el cerebro un rastro indeleble y perfumado: aquel borracho hermano del Buen Ladrón y campeón denodado de las últimas gentilezas de un mundo irredento que al filo de la hora brindó por Cristo con un vaso de high-ball





Prensa Libre, 27 de diciembre de 1944., 1944. Tomado de Periodismo y Nación. Premio Justo de la Lara, Editorial José Martí, 2013, pp. 95-97.