miércoles, 17 de abril de 2024

Un esqueleto inevitable

 



 Esta página de Los recién llegados (1853) de William Makepeace Thackeray apareció en La Habana Elegante el 19 de junio de 1885 precedida de la siguiente nota: "¿Queréis, lectores, conocer un bello fragmento de Thackeray, famoso escritor inglés? Pues helo a continuación puesto por primera vez al castellano". La firma Gabriel de Zéndegui, que realiza la traducción.  

domingo, 14 de abril de 2024

Nota de Vitier y enlace a Sones de la lira inglesa



  Cintio Vitier


 De los años del regreso de Gabriel Zéndegui a Cuba después del Pacto del Zanjón, se conservan algunas cartas muy amistosas que le escribió Martí. En una de ellas (Nueva York, 28 de julio de 1882) le habla de su hijo y de Ismaelillo: "No sé si he acertado a dar forma artística al tropel de visiones aladas que cuando pienso en él me danzan en torno de la frente. Ni si esa vez, que dormí en almohada de rosas, pudo olvidar mi cabeza la almohada de piedra en que usualmente duerme". 

 Por extraño que nos parezca, a Zéndegui no le pareció el Ismaelillo del todo bien, y así se lo escribió a Martí, quien el 14 de octubre le dice de su carta: "me enoja, aunque suavemente, porque me supones capaz de montar en ira porque no te haya parecido el Ismaelillo cosa maravillosa. Dime que no soy bueno, o que no vivo enamorado del bien de los hombres, y me enojaré, porque sería injusticia; pero de cuanto yo escribo, dime cuanto te parezca cierto, útil a mí, que yo sé que me quieres, y eres sincero, y me hará bien y no me enojaré". 

 Gran lección para todos. Y al final de su carta servicial (respondiendo a las preguntas de Zéndegui sobre sus posibilidades de trabajar en Nueva York), insiste Martí: "Me empeño, Gabriel (...) en que vuelvas a decirme lisamente lo que hayas pensado de Ismaelillo.- De mis imaginaciones, culpable es quien me las pone ante los ojos, -pero de mi modo de vaciarlas en el papel, yo soy culpable". 

 Queda claro que Martí, descontando su incansable bondad y fineza, estimaba el juicio literario de Zéndegui, de quien alabó su "sólido talento y buenos versos". Queda claro también que Zéndegui, como tantos otros, no llegó a percibir la nueva dimensión poética que inauguraba Ismaelillo, quizás porque su formación lo llevaba más a las fuentes anglosajonas que a las raíces hispanoamericanas, y su temperamento más al "amor del intelecto" que a la "abundancia del corazón". 

 Zéndegui volvió al exilio como redactor de La Nación, de Buenos Aires, pasando después a Londres como corresponsal de ese periódico. Estrada Palma lo designó Secretario de la Legación Cubana en Inglaterra, cargo al que renunció por conflictos con el gobierno de Menocal. Ciego y asmático, siguió viviendo con su familia en Londres, donde murió en 1922, dos años después de dar a la estampa su extraordinaria colección Sones de la lira inglesa (Oxford University Press, 1920), a nuestro juicio la joya principal de los traductores cubanos del siglo XIX, precioso libro de poesía y pensamiento poético, cuya introducción brevísima es la página de un maestro. 

     

 Nota introductoria de Cintio Vitier a los poemas de Zéndegui recogidos en Flor oculta de la poesía cubana, La Habana, Editorial Arte y Literatura, 1978, pp. 298-304. 


sábado, 13 de abril de 2024

Oda a un urna griega

 


 De Keats

              Thou still unravisih’d bride of quietness

 

De la Quietud esposa inmaculada,

pupila del Silencio y tardo Tiempo,

que sabes enarrar aunque silvestre

con más dulzura que las rimas nuestras,

¡ah!, dinos, ¿qué leyenda por tu forma

entre festones vaga de los dioses,

o de mortales, o tal vez de entrambos,

de los valles de Tempe o de la Arcadia?

¿Por qué esa caza y fuga de doncellas

de las flautas al son y tamboriles?

¿qué grande agitación es la que evocas?

 

Si dulce es la escuchada melodía

la no escuchada es más… Seguid tocando

para el oído no, flautas suaves,

melodías sin tono para el alma.

Tu canto, efebo airoso en la arboleda,

nunca parar podrás; ni tú tampoco

podrás, veloz galán, a tu cautiva

el beso ardiente que anhelabas darla;

mas no te aflijas porque en todo tiempo

tú serás un galán, ella una hermosa.

 

Vosotras, dichosísimas ramadas,

las hojas nunca verteréis lucidas

que nunca os dirá adiós la Primavera…

Afortunado músico, sin tedio

podrás un son tocar que no envejece…

Amor ¡oh!, más feliz, porque fogoso

Has de ser sin cesar el goce ansiando!

¡Cuánto aventajas de los hombres vivos

la pasión que al saciarse pesaroso

les deja el corazón o desgarrado,

los labios secos y la frente ardiendo!

 

¿Quiénes son los que van al sacrificio?

¿A qué rústico altar ¡oh, sacerdote

conduces la ternera mugidora

de los sedosos lomos guirnaldados?

¿Qué villa sobre un río, o costanera,

o montañesa de castillo innocuo

desierta vióse esta mañana pía?...

¡Ah, villa!, que por siempre silenciosas

tus calles quedarán, jamás un alma

vendrá para explicarte el abandono.

 

Ática hechura primorosa en mármol

que decoró el cincel con la apariencia

de humana vida en cuadros nemorosos,

al pensamiento tu serena forma

como la misma eternidad abruma.

Tu helada pastoral, cuando los años

la actual generación hayan sorbido,

en medio se verá de otros dolores

que no serán los nuestros y clemente

dirá siempre a los hombres que lo bello

es verdadero y la verdad es bella,

y que no más sabrán en este mundo

ni más saber tampoco necesitan.


 Traducción de Gabriel de Zéndegui

            

 Sones de la lira inglesa, Oxford University Press, H. Milford, 1920, pp. 15-16.




Versión inicial; El Fígaro, 31 de junio de 1891.